martes, 18 de agosto de 2015

El barco


"El viajero", pintura de Maria Goretti Guisande , dedicada a su gran amigo el doctor Vernacci



Anoche, un barco atracó en mi cama. Era un barco vacío, sin pilotos, sin oficiales, sin capitán. Llegó con una gran luz y zarpó sin avisar. Pronto, me vi en la cubierta, sobrevolado por extrañas gaviotas y dragones de papel. El color del mar recordaba a los ojos de un pez muerto, y de su superficie emergían grandes lomos pardos cubiertos de orificios que expulsaban humo y fuego. A lo lejos podían verse las montañas de una isla, eran de acero. Desde el cielo, dos astros pálidos alumbraban mis manos en la barandilla. Al poco se cubrieron de nubes y el oleaje saltó con fuerza bajo  la quilla. Un aire frío amenazaba con tormenta. Me aferré con fuerza. Quería regresar a tierra firme, quería lo imposible. Entonces, de repente, una voz me habló en un idioma extraño. No puedo explicarlo pero adiviné cuanto me decía: «¡Salta!». Eché una mirada al mar tempestuoso, y a las extrañas formas que lo poblaban. «¡Salta!», repitió. Y salté. Abajo, en las profundidades, entre los leviatanes, hallé de nuevo mi cama.



domingo, 9 de agosto de 2015

Ahí donde la ven







Ahí donde la ven, Carmela fue una gran señora. Tenía una pensión de las que salvan vidas por encima del hombro, esas que compran juguetes por navidad y llenan frigoríficos dickensianos. A su edad era cuanto le quedaba, supongo que el único modo que tenía de estar. Pero su generosidad era siciliana, flotaba como el aceite de oliva y te compraba. Todavía recuerdo aquel discurso suyo en la escalera, escupiendo con el anular de la mano sobre la figura aplastada de un parado de larga duración cuyo estómago había llenado más de una vez: «¡Escúchame bien, Salvador! ¡Rata desagradecida! ¡Sabes bien que tus hijos han comido gracias a mí! ¡Que los he vestido! ¡Que han tenido reyes porque me preocupé de que así fuese! ¡Los vecinos deben saberlo, deben saber que la pasada Nochebuena tu familia se hartó de langostinos a mi costa y que ahora te niegas a hacerme unos recados!». Tras la reprimenda, Salvador, avergonzado, con una M de mantenido en el hombro, perseguido por el sadismo miserable y ocioso de los vecinos, se refugió en su casa y cerró la puerta. Un año después, pocos días antes de Nochebuena, Carmela sufrió un ataque y amaneció tiesa. Bajaron el cajón de fibra —tan impersonal como una caja de frutas— por las escaleras y nadie volvió a verla nunca más. Esa misma semana coincidí con Salvador. La M casi había desaparecido y, por el modo en que se refirió a la anciana, el rencor también: «Pobre mujer, en la cámara frigorífica como un montón de langostinos, con lo que ella era, porque ahí donde la ven, Carmela fue una gran señora».